Es Cristo, que sigue viviendo entre nosotros, Él es la fuente y la cima de toda la vida cristiana, y contiene todo el bien espiritual de la Iglesia. Como dijera a sus discípulos en Galilea, antes de ascender al Padre. “Sepan que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos”. Nuestro amadísimo Redentor cumplió su promesa, cuando en la Última Cena, señaló sobre las especies del pan y el vino. “Esto es Mi Cuerpo, coman de él; ésta es Mi Sangre, beban de ella, y hagan esto en conmemoración Mía”.
En la Eucaristía, está presente Cristo con todo Su Cuerpo, Su Sangre, Su Alma, Su Divinidad. Jesucristo vivo y vivificador, nuestro divino Redentor. De esta manera Nuestro Señor Jesucristo obró, por su gran amor, el milagro infinito al instituir la Santísima Eucaristía, con la cual participamos de la Vida eterna mediante la Comunión de su Cuerpo Sacratísimo y de su Sangre Preciosísima. Así Él habita en nuestros corazones y nos fortalece para luchar en la vida.
La comunión es fuente de energía, la fuerza de la Iglesia Católica, la adquiere del Cuerpo y Sangre de Cristo nuestro Señor.
Otro efecto de la Eucaristía en el alma de quien la recibe con fe, es que el pensamiento de la muerte ya no debe quebrantarle, porque quien come Su Carne y bebe Su Sangre tendrá vida eterna y Él lo resucitará en el último día. Palabras magníficas, palabras santas, palabras de vida pronunciadas por Cristo que traspasó triunfalmente la puerta de la muerte para resucitar a la vida eterna.
Es el sagrado banquete en que recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, en que celebramos el memorial de Su Muerte y Su Resurrección, lo que nos llena de gracia al recibir la palabra de la Gloria Futura.